SObre La supuesta limpieza de la afición balugrana de la q erroneamente se pavonea semejante pardillo podemos argumentar lo siguiente:
"Nosotros nacimos con prestigio. Otros, en cambio, necesitan títulos y grandes fichajes para tenerlo. Quien diga que este club pierde prestigio es que lo está deseando". Estas palabras las pronunció el expresidente barcelonista Joan Gaspart el 15 de octubre del 2002, es decir, menos de un mes antes de que la afición culé demostrara a todo el mundo su prestigio en aquél derbi frente al Madrid en el que se produjo un lanzamiento masivo de objetos contra Luis Figo y constituye una prueba más del acierto que caracterizaba al empresario de la hostelería. La frase no tiene desperdicio: considera que los títulos no son esenciales para el prestigio de un club. No es raro viniendo del presidente de una institución que aún siendo consciente de su condición de segundones se niegan a aceptarlo. Pero también transmite la sensación de que ellos tienen "prestigio" hagan lo que hagan. Tal vez sea por ello que el público barcelonista haya protagonizado numerosos altercados a lo largo de la historia. Eso, y el hecho de que sólo hayan sido sancionados en contadas ocasiones y con castigos ridículos. Si consideran que tienen más "prestigio" que el equipo más laureado, el Real Madrid, equipo al que sin duda iban dirigidas esas palabras, ¿no considerarán también que mantienen ese prestigio aún habiendo protagonizado invasiones del terreno de juego, agresiones al árbitro, encerronas a los equipos contrarios, apedreamiento a autobuses, etc.?Lo que sigue es una crónica de los actos más llamativos que definen a una afición caracterizada por su falta de civismo a lo largo de su historia.
1916, primera encerrona al Madrid
Los recibimientos al Madrid en los últimos años tienen su precedente más lejano en lo acontecido durante la semifinal de la Copa de 1916 y que suponía el primer enfrentamiento de ambos equipos desde 1902. El Barcelona se impuso en el campo del Español por 2-1 y el Madrid en el partido de vuelta por 4-1 en el campo del Atlético en O'Donell. En aquella época no contaba la diferencia de goles, por lo que tuvo que jugarse otra eliminatoria en el mismo campo y a partido único. El partido que se juega el 13 de abril resultó épico. Finalizó con empate a tres goles después de que el Madrid fallara dos penaltis y consiguiera la igualada a sólo tres minutos del final. La prórroga acabó con un resultado de 6 - 6 pero la falta de luz impidió que se pudiera solventar la eliminatoria. Sería necesario un tercer partido que se jugaría dos días después. El segundo partido para decidir el semifinalista acaba en empate a dos y debe jugarse una nueva prórroga en la que el madridista Sotero consigue adelantar a su equipo en una jugada al contrataque contra un Barcelona que dominaba el juego. Sin embargo, cuando a siete minutos del final nuevamente Otero consigue el 4 a 2 en una jugada similar los barcelonistas, viendo que la eliminatoria se les escapaba, protestaron en masa al colegiado por un supuesto fuera de juego y ante la negativa del árbitro de ceder a sus exigencias, abandonan el terreno de juego. El partido se da por finalizado y el Madrid accede a la final que jugará contra el Athletic de Bilbao. En los años siguientes se acusaría al árbitro Beaurrondo de haber ayudado al Madrid, equipo en el que había militado, olvidándose intencionadamente de que en la temporada 1912-13 defendió los colores del Barça y que fue solicitado por el club catalán para dirigir ese encuentro de semifinales.
Frente a este comportamiento contrasta el señorío del que hizo gala el Madrid, que no sólo consintió que la final se jugara en un terreno que se les había vuelto adverso tras ese partido, el campo del Español en Barcelona, sino que aceptaron que el árbitro fuera Paco Bru, portero del Barcelona que había participado en la semifinal contra el Real Madrid. Desgraciadamente esta actitud no fue similar en el caso de la afición culé que había preparado una encerrona al equipo madridista. En efecto, al salir al terreno de juego son recibidos por una pitada ensordecedora, algo inusual en esos tiempos. Mostrando los antecedentes del victimismo al que nos tienen tan acostumbrados hoy día, muchos simpatizantes del Barcelona llenaron la grada con carteles alusivos al arbitraje de Bearrondo. Debido al acoso y la presión del público y el estado del campo, encharcado por la lluvia caída por la mañana, el Athletic se retira a los vestuarios con un 2-0 a favor. Al reaparecer los equipos sobre el terreno de juego, la pitada al Madrid alcanza unas dimensiones desconocidas. El encuentro finaliza con un 4-0 favorable a los bilbaínos pero los aficionados barcelonistas no consideraban cumplida su venganza: la guardia civil e incluso los jugadores del Athletic han de proteger a los madridistas en su retirada y, adelantándose a su época, los seguidores del Barcelona apedrean el autobús del Madrid cuando se dirigía al Hotel. Posteriormente, otros clubes de la ciudad condal como el Español, el Hispania o el Europa, enviaron a las oficinas del Madrid telegramas de simpatía en los que mostraban su indignación por el comportamiento de la afición culé.
1921, Los árbitros se niegan a arbitrar al Barcelona.
En el año 1921, y debido al salvaje comportamiento de la afición culé, los árbitros acordaron realizar un boicot al F.C. Barcelona y no pitarle ningún partido en su campo. Sucedió en un encuentro de la Copa de Cataluña en el que el Barça se enfrentaba al Europa en el terreno de juego de éste último aunque las gradas estaban repletas de aficionados barcelonistas. El partido finalizó con la victoria del equipo local por dos goles a cero y con la afición culé cargando contra el árbitro, el Sr. Lemel. Mientras se dirigía a la caseta escuchando la bronca y los insultos de los salvajes aficionados el árbitro le echó en cara a un directivo del Barcelona, José Llaudet, que los dirigentes culés le habían echado el público encima. La respuesta de Llaudet fue culpar de lo que estaba sucediendo al árbitro por su arbitraje mientras un montón de forofos que asistían a la escena apoyaban la postura del directivo insultando gravísimamente al rencilla.
Lemel hizo constar en un informe todo lo acontecido, incidiendo en el incívico comportamiento de los aficionados y de los directivos barcelonistas, para que el Colegio de Árbitros tuviera conocimiento de ello. Este organismo tomó la decisión de no permitir que ningún colegiado ejerciese su misión en el campo del Barcelona. Durante varios meses se mantuvo este boicot hasta que al final cayó en el olvido.
Curiosa la respuesta de Llaudet: la salvaje reacción del público, culpa de la víctima. 81 años después, Joan Gaspart haría lo mismo tras el intento de linchamiento de Figo en el Nou Camp.
1943, lo pagaron con la mayor goleada.
En 1943 el Real Madrid y el Barcelona volvieron a enfrentarse en una semifinal de Copa. El partido de ida, jugado en Les Corts, finalizó con un 3-0 a favor del equipo local no exento de polémica tanto por el arbitraje como por el incivilizado comportamiento del público. El Barcelona ya se veía en la final y pensaba que el encuentro contra el Madrid era un mero trámite, pero a medida que los minutos pasaban y el marcador no se movía la afición empezó a calentarse. Les Corts se convirtió en una olla de presión contra el Madrid y, sobre todo, contra el árbitro que acabó influenciado por el griterío amenazador del público: dio por válido el primer gol del Barça marcado tras una melé en el área en la que se produjeron varias faltas, pitó un penalti por mano involuntaria que significó el segundo gol, el tercer tanto fue precedido de un fuera de juego escandaloso y, por si fuera poco, anuló un gol del Madrid argumentando que había pitado el final del partido unos segundos antes.
Todo lo acontecido en Les Corts había dejado muy dolidos a los jugadores madridistas, conscientes de lo injusto del resultado, pero sobre todo a la afición, que decidió devolver la pelota al equipo azulgrana y acudió al partido de vuelta en Chamartín dispuesta a convertirlo en una caldera hirviente y llevar a sus jugadores en volandas. Así, a la media hora de juego el Real Madrid había igualado la eliminatoria. El primer tiempo finalizó con un contundente 8-0 favorable al Madrid, y el partido terminó con un inolvidable 11-1 para los merengues que accedían así a la final contra el Ath. de Bilbao. Esa fue la recompensa a la afición por centrarse en apoyar a su equipo en lugar de intentar machacar al rival o coaccionar al árbitro, como hicieron los culés. La humillación dio lugar a que esa "prestigiosa" afición barcelonista inventara más cuentos con los que aumentar la leyenda negra del Madrid y engrandecer su papel de víctima. Así, por ejemplo, se hizo correr el rumor de que los jugadores del Barcelona fueron intimidados por un comisario de policía. Pero lo más chabacano fue la actitud del entonces periodista del diario "La Prensa" José Antonio Samaranch, cuya crónica del partido es un ejemplo de tergiversación de la realidad al llegar a culpar al árbitro de esa monumental goleada e insultar a la afición madridista en una crónica rebosante de antimadridismo enfermizo e incitación a la violencia que le costó una sanción. Con el paso del tiempo Samaranch pudo saldar cuentas con el Madrid al evitar que en el año de su centenario recibiera el premio Príncipe de Asturias en otro ejemplo del "prestigio" del barcelonismo.
1970, El "Caso Guruceta"
El 6 de junio de 1970 se jugaba el derbi Barcelona - Real Madrid en el Nou Camp. Todavía resonaban los ecos de lo acontecido dos años antes, cuando en la final de la Copa del Rey el Barcelona derrotó al Madrid gracias a un solitario gol en propia puerta y al descarado arbitraje del rencilla mallorquín Rigo que, no contento con haber llevado en volandas al equipo catalán a la final, dejo de pitar varios penaltis a los jugadores del Madrid. Para el barcelonismo, los errores de Rigo fueron tan sólo eso, errores. Pero cuando Guruceta pitó un penalti inexistente de Rifé a Velázquez con un uno a cero en el marcador aquél 6 de junio, ningún aficionado lo consideró un error, sino una prueba de la "persecución", del "centralismo" opresivo y todos los demás argumentos sobre los que se sostiene el victimismo culé. El partido se interrumpió por el lanzamiento de objetos al terreno de juego (Guruceta puso en el acta que llovieron unas 30.000 almohadillas). Tras empatar el Madrid se pudo reanudar el encuentro pero, a falta de tres minutos del final, se produjo una invasión de campo con agresión al entrenador madridista Miguel Muñoz incluida, que obligó a suspender el partido. Estos sucesos tendrían que haberse sancionado con la clausura del campo. Nada más lejos de la realidad. El régimen franquista volvió a ejercer el proteccionismo hacia el club catalán. Varios ministros franquistas y el propio Samaranch intercedieron y al final el que resultó sancionado fue el propio Guruceta, acusado de haber creado un conflicto de orden público. Se le prohibió volver a pitar en el Nou Camp.
Lluvia de almohadillas, cientos de personas invadiendo el terreno de juego, el árbitro y los jugadores madridistas huyendo ante el riesgo de agresión física... unos hechos que harían que cualquier afición se avergonzara. Cualquiera, menos la afición culé, que se siente legitimada para llevar a cabo cualquier barbaridad. Sólo esto explica el enfoque que el insigne barcelonista Vázquez-Montalban le daría a su crónica sobre lo acontecido ese 6 de junio de 1970:
"Guruceta extiende el brazo y avanza corriendo hacia el punto de penalty. Un grito roto nace en la garganta de los espectadores, las almohadillas parecen ya amapolas entre los trigales verdes. Los jugadores barcelonistas inincian un movimiento de retirada hacia los vestuarios, Rifé, Rexach, Torres, Reina parecen los más decididos. Siguen brotando las amapolas nocturnas sobre el cesped. La lluvia de almohadillas es impresionante.
Veinte, treinta mil almohadillas llenan la noche de extrañas coloraciones, y detras de las almohadillas surgen los primeros espectadores. No saltan para agredir al árbitro. Saltan para decir a los jugadores que se vayan. Guruceta empieza a inquietarse. Nadie le toca ni un pelo en toda la noche...pero alguien le aconseja "pies para que os quiero". El campo ya es del pueblo: cinco, seis, diez mil personas pasean las banderas del Barça, gritan el nombre del club, avanzan hacia el palco presidencial. El espectáculo supera el mejor partido que hayan visto ustedes en su vida. Incluso los burgueses con puro de tribuna gritan por fin ¿por qué?. La respuesta está en un pozo oscuro, profundo, que tal vez algún día pueda clarificarse.
Hoy es fiesta se respira libertad y la noche tiene los colores más propicios. El público grita "Barça, Barça, Barça" por encima de la derrota que ya asumen, pero paladeando la victoria estética y moral de una noche en la que el público cree hacer justicia"
El lanzamiento masivo de almohadillas al terreno de juego es un precioso espectáculo de amapolas volando sobre trigales verdes, las diez mil personas que invaden el terreno de juego son algo así como una revolución popular de pacíficos hippys hambrientos de justicia ¡qué pena que el árbitro no lo entienda así y prefiera no arriesgar el pellejo! Él se lo pierde. Y todo esto da como resultado un espectáculo que supera al mejor partido que pueda verse.
Con esta mentalidad no extraña que el 6 de febrero de 1977, al final de un Barcelona-Málaga, un aficionado agrediera al árbitro Melero por haber expulsado a Cruyff.
Y lo más reciente.
Durante los últimos años la afición barcelonista ha dejado sobradas pruebas de esta falta de civismo que la caracteriza. El 20 de agosto de 1997, en partido de Supercopa, un mechero lanzado desde la grada golpeó a Roberto Carlos y le dejó tendido en el suelo mientras el público aplaudía el gesto con los consabidos gritos de "macaco" y "mandril". El Nou Camp siguió sin ser clausurado.
El 21 de octubre del 2000, en la primera visita de Figo al Camp Nou como madridista, la afición culé dio otra prueba de ese prestigio del que hablaba Gaspart. Cada vez que el jugador tocaba el balón todo el estadio rompía en silbidos, gritos, amenazas y -si la cercanía lo permitía- en escupitajos, todo ello acompañado por un diluvio de objetos que impidió el normal desarrollo del partido al no poder lanzar los córners el portugués cuando era el jugador que realizaba esa función.
El 27 de enero de 2002, tras un Barcelona-Osasuna (0-1) varios aficionados atacaron a periodistas de Antena 3 y asaltaron impunemente el palco presidencial para mostrar su disconformidad con la directiva del club, el juego del equipo y las críticas vertidas por los medios de comunicación. Al modo de la "civilizada" y "prestigiosa" afición barcelonista, claro está. El 16 de marzo de ese mismo año, nuevamente lluvia de objetos para recibir al Madrid. en este caso, el herido fue Iván Helguera. Toda España pudo ver las imágenes del jugador madridista sangrando abundantemente por la herida. Aún así, el Nou Camp tampoco fue clausurado. En ese partido la afición también pudo demostrar lo que les interesa la competición cuando varios antisistema saltaron en mitad del partido y se encadenaron a la portería interrumpiendo el encuentro.
El caso más famosos es el del derbi de noviembre del 2002, en el que el Real Madrid y Figo fueron bombardeados por el lanzamiento de botellas de cristal (prohibidas en un terreno de juego), navajas, pelotas de golf, móviles, etc. haciendo peligrar la integridad física de los jugadores y obligando al árbitro a interrumpir el partido durante 16 minutos. El Barcelona fue sancionado con la clausura de su estadio por dos partidos, sanción que al final parece que no se cumplirá gracias al proteccionismo de Villar.
reply
share