La llamada de las sirenas y ondinas se ha revelado a través de los siglos nefasta para aquellos que caen en sus redes, como lo evidencia la literatura y como muchos han podido comprobar en carne propia. De dos ondinas modernas, cotidianas, y de su entorno de aguas turbias y agitadas habla el segundo largometraje de Lucrecia Martel, La niña santa.
No es sorprendente que Pedro y Agustín Almodóvar sean sus productores. Esta historia de adolescentes que confunden misticismo y sensualidad remite tanto al ambiente de Esos tres o La calumnia (las dos versiones de la obra de Lillian Hellman sobre unas alumnas internas que ponían en jaque a sus profesoras) como al último Almodóvar. No sería ningún disparate un programa doble que incluyera La mala educación y La niña santa.
Lucrecia Martel saltó a la fama con su primer largo, La ciénaga, un relato claustrofóbico, idea que repite en su nueva cinta. Amalia (Maria Alche compone una muy creíble lolita, perdida y perdedora) y Josefina son en esta ocasión los motores de la trama que revuelven los sórdidos lodos de un conjunto de personajes sedimentados en su fracaso. Adolescentes alumnas de clases de devoción, alternan en éstas el aprendizaje del mensaje divino y el objetivo de una vida santificada con la crítica despiadada de compañeras y profesora (de la que dicen que no puede cantar bien por que “ahora sale con un viejo que le llenó la boca con su lengua mientras la tocaba toda” y, claro, eso no deja que la sangre le llegue bien al cerebro). Ansían identificar milagros y llamadas divinas, pero se desorientan en pos de la llamada de la carne. Josefina encuentra en un sexo silencioso e insatisfactorio a hurtadillas y un cariñoso sexo lésbico con Amalia. Insatisfecha en lo humano y en lo divino, Amalia decidirá entregarse al hombre que la acosa en la calle. No obstante, Martel evita reducir la historia al ámbito sexual y, como en las cintas de Atom Egoyan, efectúa un giro de guión que asienta toda la trama de la cenagosa historia. El acosador, el doctor Jano (divinidad de dos caras) es uno de las más respetables otorrinolaringólogos que asisten a un (por otra parte, desmadrado) congreso en el hotel que regenta Helena, madre de Amalia. Helena, su hermano, Mirta y su hija son personajes a los que la vida ha castigado encerrándoles en una soledad desoladora. Por ello, la llegada de los visitantes, desencadena movimientos antes reprimidos y despierta deseos ocultos que sólo se saldarán con el fracaso y el reconocimiento de la inevitable soledad (la desesperada llamada de Freddy a sus hijos, frustrada al responder su ex mujer al teléfono o la negativa tozuda de Helena a oír de labios de su ex cónyuge o su nueva pareja el embarazo gemelar de ésta).
Es por ello que, aunque la piscina de agua fría (dónde Helena exhibía su pericia en el salto) ya no exista, se utilice la zona de baños termales para la exhibición de madre e hija y la contemplación libidinosa por parte de los médicos. Sin embargo, lejos de componer una cinta erótica con este argumento, Lucrecia Martel carga las tintas de la sordidez en un ambiente cerrado, decadente, dónde los personajes divorciados ansían la llegada de aire fresco en sus vidas y los casados tratan de huir de las suyas.
Quizás por coherencia con argumento y entorno, la puesta en escena es poco aplicada y demasiado chata. Huye de la brillantez formal pero se hunde en la monotonía. Seguramente por ello, La niña santa no consigue la densidad opresiva de las mejores crónicas provinciales de Chabrol aunque Lucrecia Martel nos sirve un combinado de desatinos y tristezas que nos aproximan a algunas cintas del veterano director francés.
Al final, atrapados en sus propias redes, los personajes quedan presos de un destino que se intuye nefasto. Jano, en un intento de enfrentarse a la realidad, no hace si no enredarse más. En una opción elíptica, priorizando su centro de interés, Martel abandona a su suerte a los personajes adultos (en una decisión de puesta en escena un tanto insatisfactoria) y acompaña en sus movimientos acuáticos a las ondinas. Éstas, libres en su mundo, escapan de la red por agujeros adecuados a su condición y nadan despreocupadamente a otro destino, ajenas a la tragedia que otros sufrirán por ellas.
http://www.miradas.net/criticas/2004/0411_laninasanta.html
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